viernes, 17 de enero de 2014

Canción para alguien que está lejos


Creo que me lo dijiste, que todas las razones
para irse eran una sola: recordar que no somos
donde estamos, que no nos define el contexto,
que siempre vamos de paso.

Ahora vivo en una calle en la que se cuela el viento
y los perros mean con la impunidad de diosecillos
guiados por ciegos. Esta gente guarda a sus ídolos
en casas de cincuenta metros y los saca a descargar su ira
dos veces al día por el parque y atados con correa.

De la puerta a los árboles cuento: un portero de ojos verdes;
dos bares de barrio, con máquina de tabaco y tragaperras;
la peluquería de hombres, digna y seria;
otra de mujeres que me da miedo porque huele a falso;
el contenedor de papel silencioso, el de vidrio
que fragmenta canciones y el semáforo de la avenida,
los segundos que me separan de los sauces, los corredores
y el fantasma del bar del escritor.

Esta ciudad son dos ciudades pobladas por la misma gente
quejumbrosa y alegre, con distintas ropas: igual les da
el vestido y las chanclas que el abrigo y la bufanda,
siempre se quejan, siempre están en la calle, exprimiendo
el espíritu de su tierra, enamorados de su historia,
añadiendo anécdotas, cuidando sus secretos.

Como un gran amor, siempre se queda por debajo de lo soñado.
Pero como buena amante, se deja reinventar por cualquier borracho.

La prefiero cálida y vacía, un infierno que te atrapa.
Parece una mujer besando sin parar, un hueco en el estómago,
un logro de sobrevivir –tan larga es– si le acaricias esas piernas
ardientes, sucias, deliciosas, llenas de rincones y animales

que sonríen con todos los dientes.


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