viernes, 28 de febrero de 2014

Replicante (de mi otro favorito)

El extremo, solamente,
del hilo que me ata a la ciudad,
la cama suave de la costumbre,
los cielos impredecibles
(nunca son las mismas nueve de la mañana),
las trampas perversas de los arbustos
y las cúpulas de las iglesias.

Tengo que encontrar el cabo del ovillo,
sé que cuando llegué lo tenía aferrado
entre los dedos pulgar y corazón,
como un niño que aprieta los libros contra el pecho,
leyendo la dirección de casa que se borra en la palma
en pequeños ríos azules de desesperanza.

¿Cómo me quedé perdido en los bares gallegos?
Ellos, detrás de la barra, también tienen ojos de costa,
de patria pobre que nunca fue lo que era,
playas muertas con cicatrices de concreto:
son más de aquí de lo que quieren admitir
y cultivan su acento mientras te ponen las croquetas
sabiendo que ellos no son los extranjeros.

Tengo que salir de aquí, de las dulces tardes
de los viernes entre cervezas, de las luces
naturales, los graffitis del pasadizo
que separa la avenida del parque.

Hay que dejar de besar a las extrañas,
de enamorarse de las farolas
y de una puta vez

encontrar la línea de la carretera.

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